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Hola les doy la bienvenida a este blog. Aquí se detalla deforma sucinta algunos datos, antecedentes y todo lorelacionado con programas televisivos culturales o educativos tanto en el ámbito nacional como el internacional.
Además en los gadgets podrán encontrar modelos de canales y programas educativos.



sábado, 6 de noviembre de 2010

Ver o no ver: el eterno dilema

sábado, 6 de noviembre de 2010

Existe una doble moral, de académicos, especialistas y consumidores, para enfrentar el asunto de la calidad televisiva. Por el lado del consumo, los televidentes exigimos una “televisión con contenidos educativos”, pero casi nunca la vemos. La última encuesta del Grupo de Opinión Pública de la Universidad de Lima, al respecto, revela explícitamente que una de las razones más importantes por la que los peruanos vemos televisión es por sus “contenidos educativos y culturales”. Si a ello le sumamos que también la vemos “por la información internacional [que brinda]”, podríamos referirnos a una clara exigencia educativa que dista mucho, a la hora del análisis, de las cifras de audiencia.

A propósito, de la mencionada encuesta, el crítico de televisión Fernando Vivas (2008) comentó respecto a los resultados:

En las preferencias por géneros se confirma esta peruana adicción: 62,6% prefiere noticieros, seguida de un 41,5% que prefiere películas y 29,7% deportes. Para reconfirmar esta sed de noticia y desconfianza en el show, 51,8% dice que ve TV para informarse, 40,7% para entretenerse y solo 3,7% para educarse (con este último dato respondo a los que me dan la lata con la misión educativa de la tele. ¡La gente no zapea para educarse, para eso están la universidad y el colegio!).

De un tiempo a esta parte, decir que vemos documentales sobre la procreación de los osos panda en Nat Geo o que somos fieles seguidores del programa La función de la palabra de Marco Aurelio Denegri nos ubica en un hipócrita estatus de “consumidores responsables”. En contraparte, cuesta demasiado admitir que vemos el programa de chismes de farándula de Magaly Medina que –“inexplicablemente”- encabeza las sintonías. Este divorcio entre la tele y la educación está impregnado por el tufillo del deber ser, en términos de oferta y demanda, y no de los lo que es o lo que puede ser, en términos de posibilidades reales.

Por otro lado, no es nuevo decir que la televisión no está hecha para educar y ampararse, para ello, en una serie de falacias conocidas y sobre las que ya bastante se ha escrito. Entre las principales, el experto español Pérez Tornero (2007:33-34), criticando al estadounidense Casey en sus Televisión Studies nos presenta cuatro:

o La televisión no puede “enseñar”, porque es percibida como un medio recreativo, usado principalmente para el entretenimiento y la relajación.

o Ver televisión es concebido como una actividad pasiva mientras que la adquisición de habilidades y conocimientos es considerado como una actividad intencional.

o La televisión representa un flujo de información en un solo sentido mientras que el espectador (aprendiz) tiene escaso o nulo control sobre la transmisión de la información (a diferencia del aula, no puede implicarse en el proceso de aprendizaje).

o La televisión se relaciona, sobre todo, con lo que se consideran tradicionalmente formas no letradas de enseñanza, porque es esencialmente oral y visual.

Como se lee, la mayoría de argumentos se vinculan a cualidades impuestas por el uso social y no por la naturaleza específica del medio. La idea de que la televisión sólo sirve para relajar es ya de por sí una rémora para su voluntad educativa; difícilmente alguien crea en esa posibilidad en tanto el consumo mayoritario se mantenga en las antípodas. Como señala Protzel (2008: 114), “la oferta definitivamente influye sobre la demanda al inculcarle determinados hábitos de decodificación al presentarle sobre todo modelos de identificación, proyección y al ‘engreírla’ con productos carentes de filo reflexivo”.

También son discutibles las ideas de la unidireccionalidad de la televisión como óbice para el ejercicio pedagógico. De hecho, la participación activa del estudiante en el proceso de aprendizaje es una corriente relativamente moderna. Durante siglos los niños o discípulos tenían como una misión ver y aprender (imitar) y las preguntas estaban reservadas para ciertos momentos. La interacción, si bien fundamental, no es un requisito sine qua non para aprender. Además, hoy la mayoría de programas televisivos tienen presencia en Internet a través de foros, blogs y chats, lo que permite resolver de alguna manera ese reclamado vínculo directo. La televisión digital, por otro lado, podría ser capaz de resolver esa limitación de modo autónomo.

Que la televisión relaje, por otra parte, no se contradice a su acción pedagógica. Esta concepción resulta tan absurda como pensar que las escenificaciones públicas de las tragedias griegas cumplieron el mismo fin que los circos romanos. Aquéllas estaban pensadas para la reflexión sobre las cuestiones sociales y cumplían un claro efecto educativo, a diferencia de éstas, que eran, como dicen que es la televisión, para el relajo, el morbo y la catarsis. En efecto, los griegos, hace ya algunos años, comprendieron que con las cátedras en las ágoras (para las elites) y con las representaciones trágicas en los teatros (para las masas) se lograba el mismo cometido: educar. ¿Por qué limitar de circo y privar de teatro a la teleaudiencia?

Negar el valor pedagógico de la televisión en una sociedad como la peruana, que atraviesa una intensa crisis educativa, es contraproducente. Como recuerda Teresa Quiroz e su más reciente estudio:

Los medios de comunicación en general y la televisión en particular les permitieron a las masas urbanas acceder a un consumo que llena su tiempo libre, “enseñándoles” [la cursiva es mía] muchas cosas, proporcionándoles referentes para la conversación cotidiana, así como fruición a través de estéticas y relatos efectistas, facilistas, superficiales e inmediatos, muy distantes de la oferta cultural para las élites. (Quiroz, 2008: 31)

Este artículo, lejos de “seguir dando lata”, aspira a volver la atención sobre algunas posibilidades educativas de la televisión, ad portas del emocionante apagón analógico y de la reinvención que este supone a nivel de contenidos y posibilidades para la televidencia. No se trata, repito, de elaborar un juicio histórico, sancionador, o de victimizar a la responsable audiencia de sus contenidos, sino de plantear a la producción audiovisual otra entrada a la temática educativa con más adrenalina que moralina.

Por James A. Dettleff

 
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